Con todo el respecto por la búsqueda de la felcidad en cada persona, independientemente de si ésta incluye al matrimonio…
Sería bueno si pudiéramos reírnos de las personas gay que se están casando. Pero el matrimonio no es broma. A diferencia de las luchas por la justicia racial o la igualdad electoral de minorías y mujeres de décadas anteriores, basadas en un acceso individual para todos, esta lucha de derechos está basada en incrementar el acceso de algunos gays: de quienes desean legitimar la santidad de su pareja. Se trata de incrementar el acceso a servicios y privilegios económicos basados en la disposición de entrar a una relación “monógama” legitimada por el Estado.
El sentido de compromiso que alguna vez estuvo asociado con el matrimonio heterosexual ha desaparecido, dejando atrás una extraña mezcla de privilegios económicos y legales que deben ser accesibles a cualquiera, con o sin el lazo corredizo del matrinomio. Las parejas gay santificadas desean privilegios tales como derechos de inmigración, de visitas a hijos y de adopción; menores impuestos y acceso a servicios de atención médica. Mientras tanto el resto de quienes no estamos dispuestos a encadenarnos disfrutamos de una liberación a gotas que está dando un fuerte golpe a la gran burbuja homofóbica de la derecha. ¿Debemos los radicales unirnos a esta lucha mal situada por la inclusión de gays en el sistema, antes de tener alguna esperanza de aplastar las instituciones sobre las que funciona el sistema?
Sí, la respuesta intolerante de la derecha hacia el matrimonio gay, significa que realmente creen que podemos jodernos y morir. Eufóricamente enloquecemos a la derecha y llegamos a la misma realidad de siempre: algunos “queers” seguimos marginalizados por nuestros primos gay normalizados. La respuesta suntuosamente homofóbica de la derecha otorga un potencial de rompimiento sólo temporal al intento monótono de asimilación. Los liberales luchan por una sociedad inclusiva en la cual puedan preservar su rebanada de pastel dentro del contexto capitalista que necesita de la división y pobreza. Esta lucha por la inclusión no tiene principios porque está basada en la exclusion. Al igual que a heterosexuales, a los gays se les otorgan beneficios (disminución de impuestos y seguro médico) que aumentan en la medida en que las parejas se aproximan al sueño americano de clase media. Aquellos sin este privilegio, es decir, la gente trabajadora que ni en un millón de años recibirá prestaciones; personas que trabajan en las equinas; gente demasiado enferma para trabajar; locos, discapacitados, freaks sexuales, gente políticamente radical; para estos gays, el matrimonio es tan “lindo” como una repisa de madera comprimida o una choza de cartón.
La institución del matrimonio es muy tramposa. Es claro que con una tasa de divorcio del 50%, el mito del matrimonio es más fuerte que la realidad. El mito se sostiene por una fuerte economía del matrimonio (y por ende del divorcio). Entre las bodas y batallas por custodia, este nicho económico se mantiene robusto. Con la entrada del nicho gay al mercado, poderoso por derecho propio, el matrimonio estará aquí para quedarse como fuerza estabilizadora del capitalismo.
Poniendo el dinero al lado, el amor eterno y verdadero y la felicidad que prometen los votos de matrimonio son muy atractivos, pero son falacias. El amor duradero y el compromiso a otra persona, a cualquier persona, a muchas personas, funcionan a través de confianza y comunicación intensa y abierta. Muchas de las parejas gays que se están casando, hay estado juntas 10, 20 años (evidencia de que la duración de una relación no depende del acceso a las sanción del estado a través del matrimonio). Mucha gente se está casando sin ilusiones en el aspecto del compromiso, sino específicamente por los privilegios económicos y legales. ¿Quién va a exigir que la gente no haga uso de estas nuevas opciones? ¿Quién no quiere una disminución de sus impuestos? Es difícil resistir el camino de la menor resistencia cuando la marea está fuerte.
De hecho, mientras familias felices de todo tipo rodearon el City Hall de San Francisco en un ritual bizarro, la policía del sexo cerró My Place, un viejo bar en SoMa conocido como lugar de encuentros casuales de personas gay y por su sexo caliente en el cuarto de atrás. El matrimonio gay no va a ayudar a los freaks, a la gente demasiado queer como para ser empacada en blanco con moño plateado, la gente que piensa más allá de esta “liberación” flácida. La carga está ahorita en los gays que se están casando: demuestra que entiendes la complejidad fatal que la institución de la cual formas parte, y has que este movimiento de “derechos civiles” signifique algo para todos los homos.
Aquí está la verdadera lucha: no en obtener le acto de matrimonio gay en sí, sino la oportunidad, la necesidad, de realizar el trabajo pesado de desarrollar un autoanálisis de cómo el uso de la herramienta del matrimonio nos coloca sólidamente dentro de la matriz de las instituciones opresivas. No hay mejor momento que el presente para evidenciar al dios falso del matrimonio.